Nydia caminaba por la calle de la mano de su padre con la cabeza gacha, era el día de su cumpleaños, todos los niños que conocía lo celebraban junto con sus familiares y amigos, ella, celebraba el día de los muertos, lo único festivo que se le permitía era un traje de luto que venía a sustituir el uniforme del colegio, una vestimenta que hacía juego con el color de sus ojos y con el de su pelo, largo y rizado que la hacían parecer aún más gótica de lo que en su interior alojaba.
Gran parte de los decorados de Halloween de las tiendas y de su vecindario aún permanecían intactos, las calabazas de los escaparates, las momias y algún que otro zombi la miraban mientras arrastraba sus piececitos hacia el puesto de flores que junto a la puerta del cementerio hacia su agosto de aquellos que dejaban todo para última hora, su padre no era de esos, únicamente que tenía preferencia por los gladiolos blancos, y de esa manera se garantizaba que estuviesen lindos y frescos, un gran ramo de esas flores era lo único que le acercaba a complacer a la esposa que estaba de aniversario. Cada vez que entraba al cementerio Nydia podía sentir como si la arroparan, aquellas lúgubres puertas chirriaban para saludarla, las velas ardían con una luz propia de una reverencia, la gente, deambulaba de un lado para otro visitando a sus parientes y la miraban con cierto recelo, ese, que se siente cuando no se tiene derecho a algo, las tumbas se erguían con firmes cruces brillantes a su paso dándole el consuelo que ella no había pedido porque su vida hubiese sustituido la de otra persona.
Las flores ya en su jarrón bailaban un vals de despedida, luego, comenzaron a mustiarse con decadente prontitud mientras que ellos se marchaban, él con el peso de su pérdida y ella, la pequeña, con un debatir que la constreñía, no sabía que sentimiento debía de tener hacia aquella persona que no había conocido, para ella era algo trágico y a la vez solo era una cara amable que sonreía desde una foto donde su padre era feliz.
Al llegar a casa se dieron cuenta de que había vuelto a suceder un año más, tras mirarse y sin decir palabra ni gesticular mueca alguna, Nydia se acerca a un gran paquete y comienza a desenvolverlo justo cuando los pasos de su padre ya no se oyen, y es cuando aparecen los demás, ordenados en coro junto a ella se sientan ocho fantasmas cada uno con el regalo al que pertenecen, y al abrir las puertas de la casita de muñecas saluda con pleitesía la frutera del mercado, esa que siempre le ofrecía una pieza de fruta fresca, luego se coloca junto al triciclo y al niño que vino con él.
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